Me resulta muy curioso un artículo que ha salido hoy en el ABC, es interesante leerlo porque, entre otras cosas, se desmiente que los constructores del Valle fueran presos de la guerra civil en su mayoría, sino una pequeña minoría, y que quisieron ser enterrados allí.
Os dejo el artículo:
Así podía haber sido la cruz del Valle.
Diego Méndez, el 21 de julio de 1957: «La Cruz fue nuestra pesadilla». Así calificaba para ABC el arquitecto y responsable de las obras del Valle de los Caídos la construcción del gigantesco monumento conmemorativo a los que dieron su vida en la Guerra Civil. Una imponente cruz de hormigón y cemento que pesa más de 200.000 toneladas, con 150 metros de altura desde la base y 46 metros de longitud en sus brazos… cuya voladura inmediata ha solicitado el Foro el Memoria de la Comunidad de Madrid y el Foro Social de la Sierra de Guadarrama: «De ninguna forma se puede consentir que se siga alzando hacia el cielo ese símbolo de muerte y venganza», argumentan.
Un símbolo que trajo de cabeza a Méndez –por aquel entonces encargado de las tareas arquitectónicas en la Casa Civil del Jefe del Estado– y al mismo Caudillo, que 35 años después sería entrerrado 35 años en la base de la Cruz: «Presentar una cruz en lo alto de un risco que trepa a las nubes sin que pareciera enana, vulgar de estilo y proporciones era la pesadilla, repito, tanto del Caudillo como la mía», reconocía el artífice del monumento tal y como ha llegado hasta nuestros días, en la entrevista realizada por el escritor, periodista y Cronista Oficial de la Villa de Madrid, Tomás Borras.
Aunque en principio no quiso presentarse al concurso de anteproyectos convocado por la Dirección General de Arquitectura, «por elemental delicadeza», dijo, el mismo Franco le encomendó las obras en 1950. No en vano, no era un principiante, y a él se adjudican las obras de restauración de, entre otros edificios, las residencias del Palacio del Pardo y del Palacio de la Zarzuela.
Retrocediendo ante el problema
El proyecto no resultó nada fácil. Esa fue la razón de que «compañeros ilustres retrocedieran ante el problema». «Pasaron meses y no daba con la solución –explicaba Méndez–. Un día, de modo inesperado, mientras aguardaba que mis cinco chiquillos se vistieran para ir a misa, absorto, casi iluminado, casi instrumento pasivo, el lápiz en la mano con el que hacía arabescos en un papel, sin darme cuenta dibujé exactamente la Cruz tal y como está ahora en su materia clavada en la elevación poderosa».
«Durante la construcción de la cruz, no se registró ningún accidente», dijo Médez
Así, en julio de 1950, comenzó la cimentación y, en 1951, la construcción de la misma cruz. Todo a un ritmo acelerado en el que participaron, según contaba ABC, unos 2.000 operarios, entre los que se encontraban «ochenta condenados», aseguró Méndez (presos republicanos de la Guerra Civil, muchos de los cuales acabaron siendo enterrados bajo aquellas mismas piedras). «Ellos horadaron el granito, se subieron a andamios inverosímiles, manejaron la dinamita… Han jugado, día a día, con la muerte… Y triunfado de ella», declaró, añadiendo que, «durante la construcción de la cruz, no se registró ningún accidente».
Una cruz en cuya cima puede percibirse una sensible oscilación en sus brazos, sabiamente estudiada, en donde, tal y como describen todas las guías turísticas editadas hasta hoy, «pueden cruzarse dos automóviles de turismo, sin siquiera tocarse». Pero más allá de la publicidad de los folletos, lo cierto es que las dimensiones de esta construcción permiten que en su interior pueda albergar una escalera de caracol y un ascensor desde la base hasta la altura de los brazos. Y que se aposten en su pie los cuatro Evangelistas de Juan de Ávalos, de 18 metros cada uno.
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