Siete de marzo de 1983. Un Alfa Romeo aparece estrellado contra un árbol en mitad de la fría y húmeda noche de Braunschweig, en la Baja Sajonia, República Federal de Alemania. En su interior, con heridas y lesiones que dos días después le causarían la muerte, Lutz Eigendorf, un reconocido futbolista que un año atrás había recalado en las filas del Eintracht Braunschweig, el equipo local, hoy perdido en la tercera categoría del fútbol teutón, que comenzaba a vivir su particular ocaso deportivo tras el éxito logrado con la conquista del campeonato liguero alemán de 1967.
Pero lo que inicialmente quedó cerrado ante toda la opinión pública como un desgraciado accidente de tráfico, en el que, supuestamente, influyó de manera notable la ingesta desmesurada de alcohol por parte del malogrado Eigendorf, tenía un trasfondo socio-político mucho más tenebroso de lo esperado. Veinte años después del trágico suceso que sacudiera al fútbol alemán, la desclasificación de los archivos de la Stasi, la policía secreta del régimen de la extinta República Democrática Alemana, arrojó un relevante rayo de luz sobre el casi olvidado ‘caso Eigendorf’: los poderosos e implacables tentáculos del bochornoso Ministerio para la Seguridad del Estado habían llegado demasiado lejos.
Retrotraigámonos hasta el año 1961. Dieciséis años después de la Conferencia de Yalta, Alemania continua fragmentada, y la zona Este del país, inicialmente en manos de la URSS, es gobernada como un estado absolutamente independiente por el SED (Partido Socialista Unificado de Alemania), agrupación política de indudable tendencia prosoviética que instaura en la RDA un férreo e impenetrable régimen comunista. El súmmum del aislamiento autoimpuesto por los nuevos comunistas se ve representado con el levantamiento del Muro de Berlín, un vergonzoso y expeditivo sistema para impedir no sólo la entrada del capitalismo procedente del lado occidental, sino la salida de cualquier ciudadano hacia aquella supuesta ‘vida mejor’ que se vivía al otro lado de la frontera.
El control sobre la vida de los habitantes de la extinta RDA era total y absoluto. La máxima expresión del control la representaba la Stasi, Policía Secreta del régimen y expeditivo órgano de represión, encargada de mantener el orden civil y de erradicar cualquier conato de capitalismo en una población anestesiada durante décadas. Dar el salto hacia el otro lado del Muro para vivir en la zona occidental, al abrigo del capitalismo, era considerado una traición al régimen. Se estima, aunque son datos no oficiales, que la Stasi acabó con la vida de más de mil personas en su intento por saltar el Muro hasta la definitiva caída de éste en noviembre de 1989.
Recuperemos, una vez puestos en escena sobre la crudeza de la realidad social en la Alemania Democrática, a nuestro protagonista. Lutz Eigendorf había nacido, en 1965 en Brandenburgo, en pleno corazón de la Alemania del Este. Su eclosión como futbolista le llegó temprano. Su valía como defensor, y sus maneras aseadas con la pelota en los pies, le llegaron a valer para recibir el cariñoso apodo de ‘el Beckenbauer del Este’. Enrolado desde joven en el Dynamo de Berlín, Eigendorf fue desde muy joven uno de los símbolos del equipo berlinés. Un equipo, el Dynamo, controlado y manejado por la Stasi, como una especie de brazo deportivo del régimen gobernante.
No hay que pasar por alto el complicado origen del equipo. Tras la Segunda Guerra Mundial, la Alemania Democrática necesitaba símbolos deportivos con los que demostrar su ‘infinito’ poder. En lo que a fútbol se refiere, se intentó primero con el equipo de la policía, pero los resultados de éste no eran en absoluto satisfactorios, y su nivel futbolístico dejaba tanto que desear que se vio relegado de categoría en la temporada 1953/54. Aquello fue entendido como una afrenta a la autoridad y la solución no se hizo esperar.
En 1954, los futbolistas del potente Dynamo de Dresde, campeón en aquel entonces de la DDR-Oberliga, fueron ‘llamados a filas’ por la Stasi para formar parte del descendido Dynamo berlinés y devolverlo a la elite. La maniobra de Erich Mielke, el siniestro líder de la Stasi, fue vista como un golpe bajo a la limpieza en el deporte, valor por el que, a lo largo de los años y con expresiones máximas en deportes como la natación o el atletismo, el régimen de la RDA mostró un nulo respeto.
En aquel equipo, que si bien no fue dominador absoluto del fútbol de la RDA hasta la década de los 70 sí se hizo un hueco entre los más fuertes, la figura de Lutz Eigendorf brillaba con luz propia. Formó parte de la mejor plantilla del equipo desde 1974 hasta el 20 de marzo de 1979, el día de su fuga.
Siguiendo el ejemplo de los miles de jóvenes de la RDA que buscaban una vida mejor al otro lado del Muro, Eigendorf decidió dar el ’salto’. Aquel 20 de marzo, el Dynamo de Berlín se enfrentaba al Kaiserslautern en Giessen, a unos pocos kilómetros de Frankfurt. Fue la oportunidad perfecta para el defensor berlinés. Escapó de las garras de la Stasi para enrolarse en las filas del Kaiserslautern y buscarse una nueva vida (hecho por el que la FIFA le castigó con un año de suspensión). Pero la osadía le terminó saliendo muy cara.
Indignada por el suceso, que no era sino una muestra de debilidad del régimen, la Stasi fijó su principal objetivo en Eigendorf. Sometieron a vigilancia constante a su esposa Gabriele y a su hija, a las que, como era natural, no permitieron cruzar hacia la zona federal, y terminaron forzando a ella a divorciarse del ‘desaparecido’ Lutz y arreglar un nuevo matrimonio con la connivencia y colaboración de la policía y del régimen.
Años después supimos que la terrible venganza de Mielke no quedó en aquel episodio. Permanentemente vigilado de manera enfermiza por miembros de la Stasi infiltrados, todo apunta, tras ser aireados los informes policiales secretos, que aquel desgraciado accidente de tráfico que costó la vida al defensor alemán y con el que comenzábamos nuestra historia no fue del todo fruto de la casualidad. Ni tan siquiera, como llegó a decirse oficialmente, fue sufrido por los efectos causados por el alcohol. Bajo la inflexible consigna de ‘Tod dem Verräter!’ (’Maten al traidor’), los hombres de Mielke no descansaron hasta ver caído a Eigendorf, para unos un traidor, y para otros, un héroe.
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