martes, 17 de julio de 2012

Como si España hubiese perdido en las Navas de Tolosa



Algunos personajes públicos y muchos políticos son más horteras que recasarse en Ladispoli estando ya casado, sin tener ninguna relación con el sitio y sólo por fardar de La Vecchia Posta en las revistas. Mucho más chabacanos que una reboda por el rito maya, ya les digo. Cursis hasta decir basta, a algunos de ellos y sus ilustres estirpes parece sobrarles el tiempo y el dinero. Su interés por "la degradación cultural española" no les alcanza, sin embargo, para participar como es debido en la conmemoración de los 800 años de la batalla de las Navas de Tolosa. Si algo tienen en común todos los actos, sesiones y conferencias que se han convocado este mes a propósito de tan decisivo aniversario es que los principales políticos, los más representativos, las grandes instituciones, han tenido otras cosas que hacer. Algunos como la Junta de Andalucía hasta han dedicado dinero público a lamentar la derrota almohade.

Y lo gracioso es que, sin la victoria de los españoles en julio de 1212, no existiría ninguna de las instituciones que en 2012 ha considerado más importantes sus componendas, pillajes, vergüenzas y desvergüenzas, y hasta conmemorar la Constitución de Cádiz o la incorporación final de Navarra a la Corona. En las Navas no se dirimió un equilibrio circunstancial de poderes y riquezas, sino un enfrentamiento directo entre dos civilizaciones, en la vanguardia de una de las cuales estaba España. Por cierto que en la vanguardia de la vanguardia, es decir al frente de la hueste central cristiana, estaba el señor de Vizcaya, don Diego López de Haro, fiel vasallo de su señor el rey de Castilla como (casi) siempre han sido los vascos.

Ha habido conmemoraciones, claro que sí, más privadas que públicas y más locales que nacionales, en Las Navas de Tolosa, en Roncesvalles, en Aldea del Rey y hasta en Pamplona. Pero ha faltado la Corona, ha faltado el Gobierno y en consecuencia los políticos de primera fila se han dedicado a otras actividades veraniegas, como les digo ririrafes internos, vacaciones, bodas, pleitos, congresos y hasta sanfermines aparte de otras cursiladas, porque para todo eso sí había tiempo y dinero. Nadie recordó el pasado día 10 que era el aniversario de la muerte del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar; las autoridades locales comentan con decepción que ha vuelto a pasar lo mismo que al conmemorarse en 2008 el aniversario de la batalla de Bailén; así que en el fondo no debe sorprendernos que se haya dejado al pueblo solo para celebrar el recuerdo de aquella batalla decisiva de la Cristiandad española.

Todas las comunidades humanas necesitan, si han de perdurar, unos mitos compartidos que vertebren su identidad. Podemos discutir sobre los matices de esto cuanto ustedes quieran, pero no deja de ser verdad. Lo peculiar de España es, si acaso, que ha hecho mitos acontecimientos históricos que no necesitaban cambios para retratar la personalidad colectiva de muchos siglos y generaciones. Quizá por eso entre nosotros no hay más dragón que el de Montserrat, y por eso no hemos necesitado una construcción tan imaginativa como la de Israel ni tan endeble como las de casi todos los Estados surgidos en el último siglo, o dos. Mitos, sin duda, pero fundados en hechos, desde Numancia a Pompeyo, de Recaredo a don Pelayo, del Cid a las Navas, de Caspe a Granada, y así. Y por eso mismo la negación y destrucción de la identidad española tiene un problema particular, que es que no basta a sus enemigos identificar sus mitos y calificarlos como tales, sino que han de promover la negación y el olvido de la verdad histórica.

Antes ya de que existiese el concepto moderno de nación existía España, y era la memoria de las Navas un pilar de su identidad. Un mito, sí, pero uno que no necesitaba como otros temer la investigación histórica sino, al revés, podía permitirse promoverla. De hecho, es muy de notar que hasta la Constitución vigente reconoce, y no pretende crear, esa identidad y esa unidad: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles»; de los españoles, no de sus representantes, ya que «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». Defender los cimientos de esa unidad no es por tanto para ninguna autoridad pública una opción, sino un deber, puesto que sin tal identidad desaparecería la legitimidad misma de todos los cargos, carguitos y cargüelos.Las Navas de Tolosa era una batalla debidamente recordada en nuestras escuelas, pero no lo es ya en los planes de estudios que padecemos, donde todo lo precontemporáneo y no sectario es despreciado. Las Navas de Tolosa era una batalla conmemorada sin interrupción en toda España y aún fuera de ella, puesto que españoles de todas partes vencieron allí juntos y todos sus descendientes nos beneficiamos hasta el día de hoy de aquella victoria; ya no es así, puesto que se miente sobre lo que pasó o sencillamente se niega y olvida, para dar aliento a mitos e identidades sin fundamento en el pasado pero con sustento en los nuevos reinos de Taifas en que vivimos.

Europa, nos dicen, ha entrado en la era post-nacional "exaltada por los herederos de la reconstrucción y por los turiferarios del patriotismo constitucional teorizado por Jürgen Habermas, obsesionados por la ideología del mestizaje, que persiguen todas las formas de culturalismo o de esencialismo, invocando el advenimiento de una Europa desencarnada, dirigida por un universalismo abstracto". Como recordaba Jean de Lothier en el último número de Diorama Letterario, la nación moderna sirvió en sus orígenes al liberalismo, pero en las últimas décadas, en general, tanto el socialismo marxista como el liberalcapitalismo han optado por lo genéricamente humano y por la negación de las identidades naturales; en consecuencia, han empezado por negar los hechos y los mitos fundacionales de tales identidades en la tradición europea.

En consecuencia, ante las Navas, negar lo que sucedió, falsificarlo o relegarlo a un rincón de la vida colectiva no es sino un paso más hacia la destrucción de la identidad española, antesala de la reducción de Europa a un inmenso rebaño de individuos hipotecados, dispuestos a llamar libertad a su sumisión individual e irreversible y a su falta de verdaderas libertades. Don Claudio Sánchez Albornoz identificó España con una permanente opción por lo cristiano, lo europeo y lo occidental, de la que esta batalla no es sino una muestra grandiosa. Desde luego que a las distintas formas de materialismo actual, incluso el de nuestros personajes y políticos, conviene más el individualismo de Américo Castro. Sólo que no tenía razón.

Por todo esto, por su honradez ante el sectarismo, hay que agradecer entre todos los actos que a pesar de todo este año se han hecho en recuerdo de las Navas, las conferencias y monumentos promovidos por la Asociación Memoria Navas de Tolosa, que empezó su tarea en La Carolina el 6, 7 y 8 de julio. Justamente porque, ausentes los grandes, vestidos quizá de nuevo de catetos camareros para algún festejo palmesano, se decidieron a cumplir la tarea que a aquellos tocaba, sin conformarse con pequeñeces localistas y minucias eruditas como en otros casos se ha hecho. El trabajo de esta Asociación en este Octavo Centenario tendrá su recompensa en ser los que más y mejor no sólo han recordado a Alfonso VIII, Pedro II y Sancho VII, por cierto descendientes directos todos de Sancho III de Pamplona, sino que han ofrecido un camino para continuar su tarea. Que es de lo que se trata.


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