(Os recomiendo que lo leais hasta el final)
Es difícil precisar cuándo y con quién se inicia una amistad. De aquellas de llamarte amigo. Lamentablemente es una palabra caída en desuso o, mejor dicho, mal usada. A lo largo de la vida va uno encontrándose gente con la que intima, tiene experiencias comunes, se relaciona, trabaja o hace proyectos en común. De ahí puede derivar una amistad, o no.
Existen los camaradas, colegas, compañeros, vecinos, socios y también, amigos. Pero es que la palabra amigo es algo serio, muy serio. He conocido a gente a la que creía amigo y me han dejado en la cuneta en situaciones complicadas, o por cuestiones económicas. He conocido y conozco gente a la que aprecio mucho, a la que conozco muy bien, pero a los que no confiaría mi vida. Y, por otro lado, he conocido y conozco amigos por los que podría hacer casi cualquier cosa. Como decía mi querido Baltasar Gracián, por un buen amigo se ha de ser capaz de acompañarle a las mismísimas puertas del Infierno, y si es necesario, atravesarlas.
Varela es un caso de estos. Conozco a Varela, a quien siempre he llamado así, por el apellido, como lo mismo hace él con el mío, desde hace ya la friolera de casi 34 años. Y debo decir que tengo 50, o sea, toda una vida.
Con mis recién estrenados 17 años me lo encontré en calle Séneca, casi por casualidad, y desde entonces nuestros destinos van unidos por muchas cosas, muchísimas. No tan sólo la ideología –pues entonces no seríamos más que camaradas, y lo somos-, no sólo por el trascurso de muchas actividades y proyectos que hemos emprendido juntos –pues entonces seríamos colegas, camaradas y socios, que lo somos-; sino por muchas experiencias vividas en situaciones muy complicadas o muy extremas, muy bellas o muy duras.
Pasamos el final de la adolescencia y toda nuestra juventud muy unidos. Desde pegadas de carteles a excursiones de montaña, desde veladas románticas musicales a viajes por media Europa. Hemos subido al Montblanc y hecho el camino de Santiago, colaborado en mil libros y revistas y deleitarnos con Wagner en el Teatro del Liceo innumerables veces.
Nos hemos sido siempre fieles a la amistad y la camaradería y mi casa y mi familia siempre estuvieron al alcance de una visita, una cena, risa y una buena película.
Varela forma parte de mi vida. En el puzle que conforman mis 50 años de existencia, hay varias, bastantes, muchas piezas que llevan el sello indeleble de Varela. Mi memoria de estos años pasados no puede desligarse de algún acontecimiento relacionado con él.
A Varela confiaría la vida de mis hijos, o la mía misma, por supuesto. A Varela puedo confiarle mis proyectos personales, mis vivencias, mis penurias. Y aunque últimamente hemos estado separados por algunos kilómetros, por razones logísticas, siempre hemos estado ahí, y hemos estado en contacto permanentemente.
No entiendo las leyes, ni la justicia, ni el Estado que es capaz de juzgar, condenar y sentenciar a alguien por pensar, hablar, editar libros o venderlos. Son esas paradojas que le hacen pensar a uno que está viviendo en un mundo irreal, hipócrita, en el que se venden las libertades y las solidaridades como en un mercadillo de chamarileros, mientras te encierran por la parte de atrás sin dejarte tiempo a reaccionar.
Pero, efectivamente, la verdadera libertad traspasa los muros, la amistad decora sus paredes, y la fuerza de voluntad acaba haciendo boquetes en un sistema tan ilógico como absurdo. Por eso, aunque es una época muy dura, Varela no está solo. Me consta que hay mucha gente que le aprecia, le respeta y le quiere. Y en situaciones así el único consuelo es la esperanza, el no perderla, pues es muy fácil consolar a este lado de la barrera.
Quiero desde estas páginas rendir homenaje a Varela, uno de los muy pocos amigos que aún me quedan, que aún perduran, en el convencimiento de que –pese a quien pese- tiene razón, y ha actuado siempre con el corazón en la mano. El resto son falacias.
Y quiero acabar de nuevo con Gracián quien decía –también en El Criticón-, que los catalanes no solemos hacer demasiados amigos, pero que cuando los hacemos, es hasta la muerte. Sea.
Javier Nicolás
No hay comentarios:
Publicar un comentario