El pasado 28 de febrero se cumplieron 30
años de la entrada en vigor del Estatuto de Autonomía de la Comunidad
de Madrid. Evidentemente fue una celebración de esas que llaman
“institucionales”, que es cuando se trata de hacerlo de espaldas al
pueblo. En su discurso, el actual y no electo Presidente de la Comunidad
de Madrid dijo entre otras lindezas que “durante estos treinta años
Madrid ha servido lealmente a España y, paralelamente, aun careciendo de
señas de identidad, ha brotado el orgullo de ser madrileño”. Ignacio
González es un embustero, como casi toda la casta política a la que él y
su partido pertenecen. Vamos a repasar los hechos:
La Transición consistió entre otras
cosas, en liquidar a Castilla. Al menos hasta 1983 Madrid formó parte de
la Castilla Sur o Castilla La Nueva (actual Castilla La Mancha). Hasta
ese mismo año, en casi todos los municipios de la Provincia de Madrid
ondeaba orgulloso junto a la bandera de España el Pendón de Castilla o
bandera castellana, tanto en su versión carmesí o morada, según
preferencia del alcalde de turno. Nadie ponía en duda la castellanidad
de Madrid. Durante esos años, personajes de relevancia política como
Enrique Tierno Galván o Ramón Tamames, expresaron la necesidad del
reconocimiento de Castilla (Castilla La Vieja y La Nueva) como región
histórica de España que siempre había sido. Contra esta pretensión se
alzó la voz de Xavier Arzallus diciendo que una Castilla tan grande
suponía una amenaza para el País Vasco. Palabras que fueron secundadas
por Jordi Pujol desde Cataluña. En consecuencia los partidos del régimen
naciente se confabularon para trocear a Castilla y dar gusto a
separadores y separatistas. Todos, desde la UCD (PP), pasando por el
PSOE hasta el PCE (IU), aunaron esfuerzos para romper a Castilla en 5
trozos y hacerla desaparecer junto con la Región Leonesa. En la actual
Castilla La Mancha se llevaron a cabo varias reuniones de las
diputaciones provinciales para formar la nueva región, de las que la
diputación de Madrid fue expresamente excluida. Esta labor de exclusión
corrió a cargo principalmente del PSOE del Sr. Bono. El mismo que
siempre ha presumido en público de haberse inventado una región, una
bandera y haberle salido bien (a juzgar por su patrimonio personal, yo
diría que le ha salido perfectamente bien). Pero como decía, el PSOE no
hubiera podido hacer nada sin el apoyo de la UCD (PP) y el PCE (IU).
Entonces Madrid pidió su inclusión en la Castilla Norte, pero también le
fue denegada. En la Castilla Norte, la misma clase política se afanaba
en inventarse otra región de nuevo cuño formada por las provincias de
Castilla La Vieja y la Región Leonesa (León, Zamora y Salamanca). La
respuesta inmediata fue la segregación de Santander (Cantabria) y
Logroño (La Rioja) al considerar ambas que aquello no era ya Castilla,
sino un engendro al que algunos apodaban Duerolandia. Segovia también lo
intentó, al igual que Guadalajara en el Sur, pero ambas fueron metidas a
puntapiés por dictamen del Congreso de los Diputados. La razón con la
que el Congreso justificó aquello fue por “interés nacional”. En León
Capital, que es una ciudad pequeña, llegaron a salir hasta 90.000
personas protestando contra la nueva autonomía impuesta a la que en el
colmo del sarcasmo se la pretendía llamar Castilla y León, cuando
evidentemente no era ni lo uno ni lo otro. Pero los políticos se
salieron con la suya y la autonomía se hizo realidad impulsada por un
político leonés llamado Rodolfo Martín Villa (hoy en día una de las
personas más detestadas en su propia tierra). En 1981 el Congreso de los
Diputados hizo otro dictamen similar al que llevó a cabo contra Segovia
y Guadalajara y por “interés nacional” se impuso la autonomía
madrileña. La bandera roja de Castilla fue arriada en 1983 y sustituida
por otra con 7 estrellas que tras 30 años, los madrileños siguen sin
conocer y sin sentir como propia.
“1.En el ejercicio del derecho a la
autonomía reconocido en el artículo 2 de la Constitución, las provincias
limítrofes con características históricas, culturales y económicas
comunes, los territorios insulares y las provincias con entidad regional
histórica podrán acceder a su autogobierno y constituirse en
Comunidades Autónomas con arreglo a lo previsto en este Título y en los
respectivos Estatutos” (Artículo 143 de la Constitución Española 1978).
“Las Cortes Generales, mediante Ley Orgánica, podrán, por motivos de interés nacional:
a. Autorizar la constitución de una
Comunidad Autónoma cuando su ámbito territorial no supere el de una
provincia y no reúna las condiciones del apartado 1 del artículo 143.
b. Autorizar o acordar, en su caso, un
Estatuto de autonomía para territorios que no estén integrados en la
organización provincial.” (Artículo 144 de la Constitución Española).
Con la Constitución en la mano, no hace
falta ser leguleyo para darse cuenta de que todo lo concerniente a las
autonomías castellanas es un fraude de ley. Y son un fraude porque tanto
las antiguas provincias de Castilla La Vieja y La Nueva tenían y tienen
características históricas, culturales y económicas comunes. Son un
fraude porque las autonomías castellanas se hicieron de espaldas al
pueblo y en muchos casos por imposición (la Constitución habla del
derecho a ser autonomía, no de la obligación). Y son un fraude, y esto
es lo más grave, porque sus estatutos de autonomía jamás han sido
refrendados por el pueblo. Las autonomías castellanas (Cantabria,
Castilla y “León”, Castilla La Mancha, La Rioja y Madrid) son
antidemocráticas. Y esto debería hacer sonrojar a muchos políticos de
este régimen, que andan todo el día con la democracia en la boca, si
hace tiempo no hubieran perdido la vergüenza.
Pero hay más. ¿Para qué han servido las
autonomías castellanas? Para, silenciar, dividir, manipular y
lobotomizar a los castellanos. En Cantabria un ex miembro de los
sindicatos franquistas, Miguel Ángel Revilla, consiguió con la ayuda del
nacionalismo vasco convencer a los alcaldes santanderinos de que no
eran castellanos y que Cantabria era una nación antes de los romanos, ni
más ni menos (lo mismo podrían argumentar en Ávila remitiéndose a los
Vettones, los madrileños con los Carpetanos o los leridanos con los
Ilergetes). En Logroño una de sus comarcas, La Rioja, dio nombre a la
provincia entera pasando por encima de las demás (Haro, Logroño, Nájera,
Cameros, etc.). Castilla y León se proclamó en su Estatuto ni más ni
menos que heredera de los “históricos Reinos de Castilla y de León”
(como si Toledo o Ciudad Real no fueran también Castilla). En Castilla
La Mancha (el propio nombre es ya una reiteración, pues la Comarca de La
Mancha siempre ha sido castellana como el Ampurdán es catalan) se
inició un proceso similar al de La Rioja, la macheguización de toda la
región, pasando por encima de otras comarcas como La Alcarria o La
Sagra. ¿Y Madrid? El caso de Madrid es el más triste si cabe. Madrid es
una provincia que se creó con trozos de Segovia, Guadalajara y Toledo.
Todos los pueblos de la provincia son netamente castellanos. La propia
Capital, la Villa de Madrid, gozó de su propio fuero castellano otorgado
por Alfonso VIII en 1202. En 1520, tras sublevarse los castellanos en
Toledo contra Carlos V en la Guerra de las Comunidades de Castilla, los
madrileños fueron los siguientes en secundarles y el propio Regidor de
la Villa, Juan de Zapata, participó en la Batalla de Villalar en 1521.
Madrid rebosa Castilla por los cuatro costados, pero han bastado 30 años
de mentiras reiteradas y de manipulación mediática a la población, para
borrar la palabra Castilla de las mentes de los madrileños y de los
libros de texto de los niños (he de suponer que a esto lo llama el
Ministro Wert, españolizar). De no ser por los museos estatales de los
que goza la capital madrileña, sería sin duda la autonomía con mayor
pobreza cultural de todas. Una autonomía cuyos referentes son la España
cañí más casposa, la gitana con peineta, el Flamenco y las Corridas de
Toros. Eso es lo que los madrileños le debemos a esta autonomía impuesta
(como las demás), pero que ha supuesto todo un negocio para todos esos
129 diputados regionales que se sientan en la Asamblea de Madrid y sobre
todo para el Estado, que saca limpios de Madrid 66.000 millones de
euros que no van a parar a los bolsillos de los castellanos
precisamente. Pero lejos de hacer autocrítica, todos los presidentes de
esta comunidad autónoma, excepto Joaquín Leguina, se han afanado en
repetir el mismo mantra: “Madrid no tiene identidad”. Lo que viene a
decir que los madrileños no tenemos historia, no tenemos cultura y no
hablamos lengua alguna (precisamente el Castellano es ya la segunda
lengua a nivel mundial detrás del Chino). Y todo esto lo ha estado
repitiendo hasta la saciedad personajes como Alberto Ruiz Gallardón,
Esperanza Aguirre o Ignacio González, pasándose por el arco del triunfo
la propia Ley 2/1983 sobre la Bandera y Escudo de la Comunidad de Madrid
que dice textualmente:
“La bandera de la Comunidad es roja
carmesí. Madrid indica con ello que es un pueblo castellano y que
castellana ha sido su historia, aunque evidentemente el desarrollo
económico y de población haya sido diverso. La Comunidad de Madrid,
formada en muchos casos por pueblos y municipios que pertenecieron a
Comunidades Castellanas limítrofes, expresa así uno de sus rasgos
esenciales. La previsión contenida en el artículo 32.3 del Estatuto de
Autonomía no era más que un reflejo de aquéllos. La Ley incorpora este
símbolo. Las siete estrellas, procedentes del escudo de la villa de
Madrid, se hacen también susceptibles de verse extendidas al resto de la
Comunidad Autónoma, de atender sobre todo a las dos leyendas que les
dan origen. Los castillos de oro sobre gules del escudo escogen, recogen
también, el más característico símbolo castellano. Las dos comunidades
limítrofes los lucen como emblemas. El hecho de estar pareados simboliza
la pretensión de la Comunidad de Madrid de ser lazo entre las dos
Castillas, fundiendo el símbolo fundamental de una y otra, al tiempo que
viene a proyectar su propia complexión extensiva hasta los límites
precisos de las cinco provincias que la abrazan: Toledo, Guadalajara y
Cuenca, pertenecientes a Castilla-La Mancha; Segovia y Ávila,
integrantes de Castilla-León.”
Sería difícil puntualizar cuando empezó a
destruirse Castilla. En 1521 quedó reducida a una posesión más de los
Austrias, que junto con los Borbones no cesaron en saquearla durante
siglos. Pero aun en decadencia seguía existiendo. En 1812 unos diputados
liberales, que nadie había votado, decidieron en Cádiz inventarse una
España sobre los escombros de la anterior. Y para ello pasaron por
encima de pueblos, reinos, comarcas e identidades. Las provincias,
impuestas a la manera francesa jacobina en 1833 difuminaron a una
Castilla previamente dividida entre La Vieja y La Nueva. Los liberales
de 1978 solo han continuado esa labor. Castilla y el Reino de León
fueron los principales impulsores de la Reconquista contra el Islam.
Ambos reinos bajo un mismo monarca le dieron a España todo un Imperio.
Como diría Azaña, León y Castilla son el nervio de la Nación Española.
Su columna vertebral. Ahora entenderéis porque Castilla no existe.
Porqué se la ha dividido y porque sus símbolos han sido liquidados. Sin
Castilla España no tiene cabeza. No tiene armazón alguno y hay un
interés en que España desaparezca. La mejor forma es neutralizar la
reacción castellana. Nadie ama lo que no conoce y por tanto no lo
defiende. Y a día de hoy, los castellanos de Madrid o del Norte y Sur no
se tienen por tales. Se les ha convencido de que son exclusivamente
españoles y que deben recelar de todos aquellos compatriotas que hablen
otra lengua distinta del Castellano (rebautizado 1922 como Lengua
Española o Español por el académico gallego Ramón Menéndez Pidal),
cuando todas esas lenguas son patrimonio de toda España, así como el
Castellano es patrimonio también de gallegos, catalanes y vascos.
Llevamos más de 100 años hablando del
problema vasco o el problema catalán. Y haberlos los hay, pero en
esencia el problema de España se llama Castilla. España se ha
estructurado de maneras diferentes a lo largo de su Historia, pero
siempre ha sido una suma de hombres, pueblos, culturas y en definitiva,
identidades unidas en un mismo destino. Desde la llegada a nuestro país
del Liberalismo, España es una resta que niega su derecho a existir a
leoneses y castellanos. El Liberalismo que trajo a nuestro país la
pérdida de todo un Imperio, la división partidista, el separatismo
(tanto el central como el periférico) y en general toda la decadencia e
inmundicia que sufrimos hoy, es el mismo que niega a Castilla. No en
vano partidos como el PPSOE-IU que ejercen de nacionalistas o
regionalistas en Galicia, País Vasco, Cataluña o Andalucía, en Castilla
son adalides del nacionalismo español más rancio y casposo.
Regenerar España comienza por reconocer
el derecho de los castellanos a unirse como el pueblo que históricamente
es. Unir España en su diversidad comienza por reconocer la singularidad
castellana. España sin Castilla avanza a toda velocidad hacia el
abismo. La defensa de la identidad castellana es un arma fundamental en
la lucha contra la Globalización capitalista porque carecer de identidad
es la primera regla del esclavo. Sin Castilla no habrá España. Sin
España tampoco habrá Castilla. Y sin ambas, no tendremos la Europa
verdadera que muchos anhelamos.
Resistencia Castellana
No hay comentarios:
Publicar un comentario